Mientras miraba de cerca el carrete de un cuarto de pulgada y lo pasaba por la máquina de reproducción, Pribble observó signos reveladores de lo que denominó “síndrome de adherencia”: algunas partes de la cinta estaban pegadas entre sí. Sin un tratamiento especial, esta grabación de estudio de “Lovers” -una pieza de jazz fusión funk grabada poco antes de la muerte de Adderley- sería imposible de reproducir; la música original se habría perdido.
Gran parte del patrimonio musical grabado del mundo está almacenado en cintas magnéticas que era el formato usado regularmente desde la década de 1940 hasta la era digital para capturar los sonidos de los músicos en el estudio. Sin embargo, a medida que la cinta analógica envejece, se vuelve más frágil y vulnerable, lo que representa un reto para ingenieros como Pribble, de 60 años, experto en conservación de audio de Iron Mountain, la gigantesca empresa de almacenamiento.
Durante 15 años ha estado a la vanguardia de un esfuerzo poco visible pero vital a nivel industrial para salvar cintas antiguas, para lo cual usa una variedad de herramientas hechas a mano y aparatos complicados y enrevesados en un pequeño taller.
Según más de una decena de archivistas e ingenieros de sonido, los problemas que enfrentan las cintas se han acentuado en los últimos años. Algunas de las grabaciones que corren más peligro son las de las décadas de 1970 y 1980, hechas después de que cambios en la fabricación introdujeron problemas que solo fueron evidentes con el tiempo. A menos que las cintas se conserven de manera adecuada, su lento deterioro pondrá en peligro la supervivencia de grabaciones originales de amplios ámbitos de la historia de la música.
“Es una carrera contra el tiempo”, dijo Pribble más de una vez durante una serie de entrevistas realizadas el año pasado.
Una figura de la restauraciónPribble, de voz suave y con el físico pálido de quien ha pasado su carrera en las cavernas electrónicas que son los estudios de grabación, se ha convertido en una figura destacada de la restauración de audio, un campo de experimentadores solitarios que operan en algún punto entre la ciencia rigurosa y la alquimia de garaje. Ha patentado técnicas que ha desarrollado para reparar cintas gravemente dañadas de cientos de artistas, entre ellos iconos como Bob Dylan y Bruce Springsteen. Pribble suele ser el técnico de audio al que se acude como último recurso, el que trabaja en cintas que han dejado perplejos a otros ingenieros.
“Lo llamamos el mago”, dijo Robert Friedrich, supervisor del laboratorio de conservación de audio de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Iron Mountain es una empresa de 25.000 millones de dólares especializada en “gestión de la información”. Con más de 1200 instalaciones en todo el mundo -incluido un complejo subterráneo de 127 hectáreas en una antigua mina de piedra caliza en el oeste de Pensilvania- ofrece almacenamiento seguro para archivos corporativos, así como para activos multimedia de estudios de Hollywood, discográficas y clientes de prestigio como los Grammy y el patrimonio de Prince. En sus bóvedas hay estanterías aparentemente interminables con películas, cintas de video y carretes de audio.
En 2011, la empresa envió a Pribble a examinar problemas en un almacén con miles de cintas de audio en Brasil. Muchas habían sido afectadas por moho, un riesgo habitual que afecta a las cintas que no se conservan en un entorno de clima controlado.
Otro problema frecuente entre las cintas de las décadas de 1970 y 1980 es el “síndrome de desprendimiento pegajoso”. También conocido como hidrólisis, se trata del deterioro del material que mantiene unido el óxido de la cinta -el compuesto magnético que contiene la información de audio-, lo que genera un residuo que puede destruir la cinta si se reproduce. La solución, establecida desde hace tiempo, consiste en “hornear” las cintas en un horno para liberar la humedad atrapada.
Pero Pribble dijo que lo que vio en Brasil fue mucho peor. Más de mil cintas estaban tan apretadas en sus carretes que parecían una masa sólida. En otras, un lubricante aceitoso se había filtrado a la superficie.
Pribble experimentó con soluciones y construyó prototipos para reparar las cintas, un proceso que tomó tres años.
“Estuve llamando a la Biblioteca del Congreso y a todo tipo de gente”, recuerda Pribble. “Y me decían: ‘Esto no lo había visto nunca’”.